martes, 30 de octubre de 2012

El retrato de Dorian Gray - Oscar Wilde

Se frotó los ojos, y se acercó al cuadro y lo examinó de nuevo. No había señales de cambio alguno cuando miró la pintura, y sin embargo no quedaba duda que la expresión se había alterado. No era sólo su propia impresión. Era horriblemente obvio. Se lanzó sobre la silla, y empezó a pensar. De repente pasó por su mente lo que había dicho en el estudio de Basil Hallward el día que el cuadro fue termi
nado. Lo recordaba perfectamente. Pronunció un deseo enfermizo de que él pudiera permanecer joven, y que el cuadro envejeciera; que su hermosura permaneciera inalterada, y que su rostro en la tela soportara la carga de sus pasiones y pecados; que la imagen pintada se marchitara con las líneas del sufrimiento y el pensamiento, y que él mantuviera la flor y el encanto casi consciente de su adolescencia. Con seguridad su deseo no se había cumplido? Esas cosas son imposibles. Era monstruoso sólo pensar en aquello. Y sin embargo, ahí estaba el cuadro frente a él, con un toque de crueldad en la boca.

El retrato de Dorian Gray - Oscar Wilde